Cazadores, recolectores.


La época prehistórica de la infancia en la que la versión personal de "El señor de las moscas" surge, y el grupo se dedica a intentar acabar con todo bicho viviente, y coger toda fruta, verdura, al alcance.
Ahí estamos armados con nuestro tirador, esa horquilla de árbol bien pelada y lijada, con esas tiras de goma de neumático, en cuyo extremo va grapada o atada con alambre según los casos, un trozo de cuero, todos estos elementos bien elegidos en una búsqueda exhaustiva y metódica, en nuestra partida de caza a por nuestro dragón particular.
¿Y cuál era nuestro dragón particular?, ese vestigio de tiempos antiguos que es la lagartija, adherida a muros y paredes tomando el sol, para calentar su cuerpo de sangre fría, no espera la llegada, de los cazadores avezados que buscan acercarse sin que su sombra roce el muro, para no alertar a la presa.
La goma se estira y la piedra sale disparada con precisión milimétrica, provocando un espectáculo gore de tripas y organos aplastados en la pared, para que luego el cadáver caiga al suelo, un bicho demoniáco la lagartija, pues su cola sigue agitándose tras haberla cortado de su cuerpo muerto.
Con los años aprendes que todos los animales, tienen su función en la vida y que las lagartijas nos libran de muchos insectos, !aaaaah!, pues entonces vamos a cargarnos insectos, a por los avispeeeeros, y tras varios mordiscos de avispa con avón subsiguiente, por intentar acabar con su refugio con pistolas de agua, te enseñan las avispas, ayudan a reproducirse y multiplicarse a las plantas, con lo que acabas aprendiendo que acabar con cualquier ser vivo es un acto a tener en consideración.
Pero esa memoria atávica que provoca esos instintos básicos surge muy fácilmente en esas edades, desde luego muchos menos remordimientos nos causaban los atracones de moras gordas y dulces, a no ser por los pinchazos que te llevabas al caer a una zarza o por la bronca de tu madre cuando llegabas con la ropa untada de mora.

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